El claustro de Santa Maria de Ripoll IX

Las piedras explican las historias que tus ojos dibujan

El Devorador de almas (la boca del infierno), capitel situado en la galeria nord-oriental obrada por el taller del maestro Colí de Marville, siglo XIV, bajo el abadiato de Ramon Descatllar i de Palasol. ( enero 1387 – septiembre 1408)

Los artistas-artesanos medievales imaginaron y representaron el Infierno como un lugar heterogéneo envuelto en llamas con condenados en diversas posiciones, como un pozo abisal ctónico e insondable, como un espacio compartimentado para las diversas torturas; sin embargo, en los primeros decenios del siglo XI los monjes anglosajones optaron por representarlo como una boca bestial devoradora.

La representación del Infierno Devorador en la miniatura medieval

La adopción de la forma de un morro bestial abierto de par en par seria fruto, según una tesis inédita de Joyce Ruth Manheimer Galpern (1977), de la “coyuntura de la reforma monástica en las postrimerias del s.X y de las invasiones danesas de Inglaterra” que condujo a la búsqueda “de una iconografia del infierno que pudiera ser inteligible tanto por paganos coma por cristianos” (Sheingorn 1992: 7). De hecho, la primera figuración zoomórfica del infierno con la célebre boca abierta de Leviatán, parece que se documenta en la Angelomaquia del códice irlandés Caedmon (s. X).

El infierno en escena: Presencia diabólica en el teatro medieval europeo y sus pervivencias tradicionales.

Esto tiene cierta similitud con la mitología egipcia. Los condenados por el Tribunal de Osiris eran engullidos por el “Devorador de las sombras”, monstruo con cabeza de cocodrilo, cuerpo de león y piernas de hipopótamo.

HUESOS DE SANTO
Los huesos de santo son tradicionales en el mes de noviembre, cuando se celebran la festividad de Todos los Santos y el día de Difuntos. Se preparan en cañas o en moldes rizados.
INGREDIENTES
300 gramos de almendra molida, azúcar, corteza de limón, azúcar glas, baño o dulce de yema, dulce de ciruela, etc.
PREPARACIÓN
En un cazo se cuecen cuatro cucharadas de azúcar, medio vaso de agua y la corteza de limón hasta lograr un almíbar a punto de hebra fuerte. Una vez conseguido este punto, se añade la almendra revolviendo hasta unirlo todo bien.
A continuación, se retira el cazo del fuego dejando enfriar la mezcla. Ya fría, se pone la masa sobre una superficie lisa, espolvoreada con azúcar glas, y se rocía también la masa con azúcar, extendiéndola con el rollo pastelero hasta dejarla del espesor del canto de una moneda.Se cortan entonces cuadrados de cinco centímetros aproximadamente y se enrollan en unas cañas o palitos apretando los bordes para que queden pegados. Después, se retira el palito con cuidado y se deja secar un poco, antes de proceder a rellenarlos con el dulce de yema o de ciruela, crema de coco o cualquier otro ingrediente deseado.
Por último, se prepara un almíbar espeso removiendo con una cuchara de madera hasta que comience a blanquear; se bañan los huesos con este jarabe y se escurren. Se sirven una vez fríos y secos y pueden conservarse bien durante varios días.

La cocina de los conventos

 

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