El principio del fin. La verdadera historia de la destrucción del monasterio de Santa María de Ripoll en el año del Señor de 1835. IV

Entrados los migueletes en el monasterio, a poco ardió primero el archivo, y a seguida el rosetón de la fachada del templo vomitó rabiosas llamas, procedentes del incendio del órgano, el cual, situado sobre la puerta principal, abarcaba con su grandiosidad todo el ancho de la nave.

Del órgano el voraz elemento se propagó a lo restante del templo. Este, empero, y el archivo fueron las únicas piezas, bien que hartas, que ardieron.

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El principio del fin. La verdadera historia de la destrucción del monasterio de Santa María de Ripoll en el año del Señor de 1835. III

Todos estos hechos debían ser parte para que los monjes vigilaran; y a no bastar éstos, se dice que recibían avisos de Barcelona, donde se había ya perpetrado el crimen. Después del incendio

de los conventos de Barcelona, en agosto de 1835, el capitán general Llauder… llegó fugitivo á eso de las once de la noche á Ripoll, acompañado de 700 ú 800 hombres, y se hospedó en la abadía….. A las tres de la madrugada marchó en dirección á Francia, y la tropa abandonada por su General volvió á Ripoll. El Comandante del regimiento, que era Don Quirico, avisó en la plaza á varios monjes á fin de que se guardasen. Así escribe un cronista ripollés, pero omite decirnos el dia del paso de Llauder por Ripoll. Sin embargo, por documentos emanados de la mano de Llauder sabemos que el 5 estaba en Vich y el 8 en Puigcerdà, y por lo mismo su estancia en Ripoll se efectuó en una de las tres noches que van desde el 5 al 8 de agosto. Poseo datos para creer que fué en la del 5 al 6.

Son del monje de este cenobio Don Joaquín Xifré las siguientes palabras: Tiempo antes de la catástrofe el Comandante de armas de Ripoll me encargó manifestara á los monjes la prudente conveniencia de que se retiraran del monasterio, en razón á que disponía de poca fuerza de ejército, y de que por lo mismo le sería difícil contener un ataque si se intentase.

… y de aquí sin duda que algunos de los cenobitas fuesen a encontrar al jefe del batallón, el cual les dijo que un atentado á veces difícilmente se evita, y así que les aconsejaba que pusieran a salvo cuanto pudiesen. Por este aviso sin duda, y por otros repetidos recibidos por los monjes, éstos sacaron o pusieron a salvo sus objetos de valor y papeles de importancia.

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El principio del fin. La verdadera historia de la destrucción del monasterio de Santa María de Ripoll en el año del Señor de 1835. II

En la guerra civil de aquel tiempo Ripoll decididamente se abalanzó hacia el lado liberal, y armó sus hombres con el fusil de nacional o urbano. La autoridad superior del Principado hizo a Vich centro de operaciones del batallón de migueletes Tiradores de Isabel II, conocido vulgarmente por el batallón de Montero, bien que entonces venía regido por el comandante Don Tomás Metzger. Este batallón fué el primero que se creó, procedente ya del 1833, y estaba compuesto de jóvenes atolondrados, casi todos de Barcelona. Constaba de mil plazas y extendía sus operaciones por aquel lado de la montaña catalana, recorriendo los distritos de Ripoll, Berga, Alpens, etc.

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El principio del fin. La verdadera historia de la destrucción del monasterio de Santa María de Ripoll en el año del Señor de 1835.

La verdadera historia de la destrucción del monasterio de Santa María de Ripoll extraída de “Los Religiosos en Cataluña durante la primera mitad del siglo XIX, por Cayetano Barraquer y Roviralta”, canonigo chantre de la Catedral de Barcelona. Editada a Barcelona el 1915 con licencia eclesiástica.

Digitalizada por la Universidad Autónoma de Barcelona y publicada bajo dominio público, sin restricciones de uso.

El autor Cayetano Barraquer confiesa en la introducción que el impulso que le movió a reseñar la memoria de los hechos de 1835 no fue otra que la evidencia de que todas las historias ya escritas sobre la persecución de 1835 las encontraba incompletas y mentirosas.

Así nos presenta su trabajo:

Durante muchos de los lustros que siguieron al nefasto 1835 casi nada se escribió en descripción de los conventos, ni en relato circunstanciado del crimen. Fue necesario que transcurriera medio siglo para que los autores católicos proferieran la verdad. En esta época, viendo que aún vivían algunos de los hombres de aquel tiempo, sentí vehementes deseos de interrogar y de escribir después sus relatos. Por eso me incliné a escribir la descripción de las casas religiosas de hombres de Cataluña, y la historia verídica de las persecuciones por ellas sufridas en mi siglo XIX, que es la presente.

Y nos cuenta cómo fue su plan de trabajo:

Convenía ante todo recoger aquellos datos que por momentos se escurrían de entre los hombres por estar guardados únicamente en la memoria de ancianos testigos; y así acudí a interrogar a los viejos que intervinieron en las cosas y en los hechos, ya fueran religiosos, sus enemigos, o ya simples espectadores. Al principio de 1880 comenzaba yo esta pesquisa, es decir, cuarenta y cinco años después del criminal hecho. En segundo lugar acudí a los archivos y bibliotecas públicas y privadas. En tercer visité los monumentos monacales que aún subsistían. Sin criterio preconcebido, o preocupación, apuntaba todas las noticias que me venían a la mano, tanto favorables como adversas a los frailes, dejando para su día el trabajo de sopesarlas y valorarlas con buen criterio. Las personas interrogadas pasan de cientos.

Después vino la consulta de archivos. El legajo de la Capitanía General de Cataluña, titulado: «Expedientes de las ocurrencias desde el 23 de julio hasta el Real decreto de amnistía de 25 de septiembre de 1835». Los manuscritos procedentes de monasterios y conventos, custodiados en la sala de Monacales del Real Archivo de la Corona de Aragón. Los protocolos de Notario de Hacienda, o sea de la desamortización, donde se reseñan numerosos conventos, sus fincas y derechos. El Archivo Notarial de Girona donde están los protocolos de los notarios de Hacienda del tiempo de la desamortización. Una vez terminada la pesquisa de datos orales y de los manuscritos, dediqué mi atención a los periódicos antiguos. Este libro es su resultado.

En su trabajo de investigación, amplio y riguroso, se relacionan los hechos a través de las crónicas y de entrevistas con testigos, y podemos encontrar una relación exhaustiva de todas las compras-ventas, con nombres y apellidos. Nos da una visión muy interesante, y en ocasiones inédita, del proceso de desamortización de los bienes de las órdenes religiosas, el contexto en el que se dieron los hechos de 1835.

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Guerra hispano-estadounidense. Testimonios y repatriados XXIV

Los repatriados

Asunto preferente entre cuantos suscita la suspensión de la guerra en las Antillas es el de los auxilios y socorros à prestar á los millares de soldados enfermos que ya han comenzado á desembarcar en la Coruña.

El soldado y el marino, primero é indispensable elemento de la guerra, han acreditado, en la que acaba España de sostener, ser excelentes. Han flaqueado y defraudado las esperanzas que en ellos pusiera la patria, los ministros, los políticos, acaso los generales y almirantes, con algunas excepciones: el marino y el soldado han cumplido honrosamente con su deber, como unánime reconoce la prensa extranjera; y en ellos, en sus grandes cualidades de abnegación, disciplina y valor funda la patria las pocas esperanzas de regeneración que para lo porvenir le quedan.

Bien está; oportuno y patriótico encontramos el pesamiento de persona tan competente y enterada de lo que es la guerra en las Antillas como el señor Dupuy de Lôme. La excitación que ha dirigido á la prensa periódica para que el público peninsular acuda en auxilio de los repatriados, constituyendo un respetable patronato que la organice, impulse y fomente, nos parece motivada y oportuna y nos asociamos á ella con toda la posible eficacia.

Propone el Sr. Dupuy que la «Asamblea Suprema de la Cruz Roja,» presidida por el general Polavieja y que cuenta con el alto patrocinio de S. M. la Reina Regente, ejerza el patronato de la gran obra caritativa y nacional de auxiliar á tantos millares de repatriados.

Repetimos que nos asociamos de corazón á un pensamiento tan noble, y que es presentado, además, bajo una forma práctica. Sin perjuicio de que ese plan haga camino, como ya lo está haciendo, pensamos que las Cortes que pronto van á reunirse se ocuparán, desde la primera sesión que celebren, en lo que realmente constituye el primero de sus deberes, en examinar, apoyar y completar en lo que fuere necesario las medidas numerosas, y en general acertadas, dictadas por el Gobierno con el propio objeto.

Auxilios eficaces é inmediatos para los repatriados serán, en, primer lugar, el pago de todo ó de una parte considerable de sus atrasos á los soldados, asi sanos como enfermos. Esa es una deuda de honor y de humanidad que debe ocupar lugar privilegiado en la mente de gobernantes y legisladores.

La idea formulada por el Sr. Blasco de destinar el fondo de la suscripción nacional al expresado socorro es buena y nos parece que no debe ser abandonaba, alegando el hecho de que el mencionado fondo, bin corto por cierto, ha sido consumido en gastos de guerra á medida que se recaudaba. Venga la cuenta de lo recaudado y de lo consumido, y veamos lo que resta. Desde luego parece que se habrán reservado las 700.000 pesetas asignadas por los suscriptores para fomento de la marina de guerra; y como esto no urge y como el donativo precedió á los desastres de la Armada, las Cortes podrían aplicarlas á la necesidad verdaderamente nacional y urgente de auxilio á los repatriados. Con mayor razón podrán hacerlo de las cantidades que dicha suscripción produzca de ahora en adelante, puesto que la guerra está en suspenso y puesto que los auxilios á heridos ó enfermos, por razón de la campaña, son una de las atenciones de aquélla.

Con lo que no estamos conformes es con la idea de un colega de la noche de que se señalen en general pensiones vitalicias á los licenciados del ejército de Cuba. Una cosa es que se les paguen con puntualidad las que, por sus servicios ó heroísmo y conforme á las ordenanzas y á las leyes militares hayan obtenido, y otra cosa muy distinta será otorgarlas por medida general. Esto último podría ocasionar para el afligido Tesoro español las consecuencias que para el muy robusto de los Estados Unidos tuvo una disposición análoga. La liquidación de aquél será una obra propia de Hércules y superior á las fuerzas de la nación: la prudencia aconseja no aumentar dficultades, ni aun con el más patriótico de los motivos.

En este terreno del auxilio á prestar á los hijos del pueblo que han sostenido en climas mortíferos la causa de la integridad territorial y del honor de España, la caridad particular puede conseguir más y más rápidamente que la acción del Gobierno. Por eso hallamos tan oportuno y de carácter tan práctico el pensamiento del Sr. Dupuy de Lome, que coincide con el que planteó con esfuerzo y con éxito nuestro ilustrado colega El Imparcial. Ambas acciones, sin embargo, lejos de ser opuestas, se completan, no habiendo necesidad de renunciar á ninguna de ellas.

De temer es, vista la enorme proporción del mal que se aspira á combatir, que, ni aun juntas la caridad privada, impulsada ahora por el patriotismo, y la acción del gobierno, sean suficientes para conseguir en totalidad su objeto.

La Época. 25 de agosto de 1898.

 

 

Guerra hispano-estadounidense. Testimonios y repatriados XXIII

Defensa y capitulación de Santiago

El corresponsal del Heraldo en la Coruña ha telegrafiado á este colega las siguientes manifestaciones que sobre la capitulación de Santiago le ha hecho el brigadier Ruiz Rañey y otros señores regresados de aquella plaza en el vapor hospital Alicante con la primera expidición de repatriados:

« —Yo salí de Manzanillo—dice el general Ruiz—al frente de una columna compuesta de cinco batallones escogidos de aquella guarnición, de cuyo inmediato mando estaba encargado el valeroso coronel Escario.

En nuestra marcha tuvimos varios encuentros con los insurrectos, consiguiendo abrirnos paso en dirección á Santiago, donde penetramos el 3 de Julio, día que salió de la bahía la escuadra que mandaba el almirante Cervera.

Antes de entrar en Santiago de Cuba libramos rudo combate con los insurrectos que se hallaban en los alrededoress de aquella población con el proposito de impedir nuestro avance.

Tuvimos sensibles bajas: treinta muertos y sesenta y siete heridos.

Al tomar una de las posiciones que el enemigo defendió con más empeño, llamada «Piedra Oro», fui herido por un proyectil en la pierna izquierda que me extrajeron afortunadamente.

También fué gravemente herido en este combate el valiente capitán Sr. Ramiro.

Ganada dicha posición, mi columna fué aumentada con las fuerzas que guarnecían las trincheras.

Los yankis dominaban parte de la ciudad de Santiago. Dos días después, habíannos cercado completamente.

Hacían trincheras de día y de noche, utilizando para ello alguna maquinaria. Recibían constantemente refuerzos

Los días 10 y 11 rompióse un nutrido fuego de cañón, estando ellos de estas armas en proporción de 10 por 1 con relación á nosotros.

Hacíanse blancos admirables por ambas partes, consiguiendo desmontarnos bastantes piezas, disparándonos siempre desde sus trincheras.

Las ametralladoras hacíannos un fuego horroroso, que duró hasta las seis de la tarde del día 11.

Los buques yankis mientras tanto cañoneaban por elevación la plaza y el puerto para destruir el cañonero Alvarado.

Nuesttos soldados aguardaban impacientes una salida de los yankis de sus trincheras para romper el fuego, pues convenía aprovechar las municiones.

En este punto las cosas, los yankis pidieron parlamento para intimarnos la rendición de la plaza. Como yo me encontraba herido, ingresé en el hospital, y de lo sucedido después desconozco por completo los detalles.

La conducta de los yankis para con las tropas españolas ha sido correcta.

Nos facilitaron coches ambulancias para transportar los enfermos hasta el punto de embarque.»

—El general Ruiz—dice el corresponsal—me ha presentado á la hermana de la Caridad sor María, aragonesa de origen, que en medio da un fuego vivísimo contra Santiago presentóse al general diciendo:

—Si hace falta algún individuo para defender las trincheras ó disparar los cañones, denme un fusil ó un puesto de honor en las baterías.

El comandante militar del Caney, Sr. Romero, testigo del célebre combate, dice que al amanecer rompieron el fuego dos brigadas americanas con artillería, y que defendió el poblado con tres compañías del regimiento de la Constitucion y fuerza de las guerrillas: en total 433 hombres.

Nuestra defensa—dice—fué heroica, pues carecíamos de artillería.

Al medio día—añade—fué herido de dos balazos en ambas piernas el general Vara de Rey.

— ¡Ay! me han herido.

Los balazos al general Vara del Rey fueron simultáneos.

Llevámosle á su alojamiento, curosóle de primera intención y el fuego continuó hasta las cuatro de la tarde. Entonces ordenóse una retirada de los escasos supervivientes.

El general Vara fué colocado en una camilla, y con él y 40 heridos más formóse un convoy en dirección á Santiago, convoy que puede decirse que fué materialmente fusilado por los yankis.

Como prueba de este aserto, dice el Sr. Romero, basta saber á usted que el general Vara, Herido dentro de la camilla, recibió tres balazos más: uno de ellos en un ojo, y murió en el camino.

Su cadáver hubo de ser abandonado.

Recogiéronle los yankis tres días después, haciéndole los honores que su heroísmo en justicia merecía.

El coronel Punet, con el resto de las fuerzas de la Constitución, pudo retirarse al camino del Cristo.

Al pretender retirarme yo al Caney, por falta de fuerzas, fuí herido de un balazo de Mauser que me atravesó el omoplato.

Recogiéronme é hiciéronme prisionero los yankis.

Déboles un buen trato.

Condujéronme á Santiago con los restantes heridos, por no poder asistirnos.

En las acciones del Caney murieron los comandantes D. Rodrigo Agüero y D. Rafael Aragón; el capitán Vara; los tenientes Domínguez, Alfredo Vara, Pedro Fuentes, Manuel Morales, Antonio Rubio, Segundo Llanos y José Marquines, jefe del fuerte de Albisu, que sufrió un fuego de cañón horroroso.

Resultaron heridos los capitanes D. Isidro Arias, y D, Baldomero Vigo; les tenientes Inocencio Rejo, Antonio Martínez, Domingo Murillo, Manuel Estévez y Lorenzo Valinas y el médico D. Angel Rodríguez.

Merece especial mención por su comportamiento en estos hechos de armas el médico telegrafista señor Manzano, jefe de la estación del Caney, que defendió valientemente y que se retiró con Vara, desarmando antes la estación bajo fuego enemiugo, y recogiendo los útiles que en ella había, hasta caer herido de bala en un muslo.

Entonces cayó en poder de los yankis.

Merece especial atención del Gobierno, pues regresa a España sin empleo.

He aquí ahora la impresión de un jefe que asistió á los que pueden tenerse como precedentes de la capitulación.

El general Linares—dice—encontrábase con escasa fuerza para batir á los yankis desembarcados.

Herido en la trinchera de San Juan, regresó á Santiago el 1º de Julio.

Continuaron las fuerzas españolas en las trincheras, pero desprovistas de elementos.

Había batallones que debían haber cubierto ciertos puestos.

Combates verdaderamente gloriosísimos, se han librado dos ó tres.

El teniente coronel Herrera, con ocho piezas de Artillería, contuvo el avance de los americanos, causándoles muchas bajas. El enemigo pidió parlamento. Herrera conferenció con el jefe yanki, Mr. Oell, y recogió pliegos para la plaza.

Esto ocurrió á cinco kilómetros de Santiago.

Herrera hizo saber á los americanos que rompería el fuego de nuevo si continuaba la concentracción de fortificaciones.

El día 8 creíase en Santiago que entrarían los yankis. Hasta el día 10 estuvieron háciendo trincheras impunemente frente á Santiago, emplazando 60 cañones. Nuestras trincheras y los Cañones en ellas puestos permanecieron mudos.

Este día fué el en que cayó herido Herrera.

Posteriormente empezaron las negociaciones de la capitulación.

Suscriben el acta, que remito por correo, los generales Toral y Escario y el coronel de la Guardia civil Sr. Oliveros; les tenientes coroneles: de Asia, Sr. Conlonia; de la Constitución, Sr. Prunet; de Talavera, Sr. Rodríguez; de Estado Mayor, Sr. Fontán; de Alcántara, D. Baldomero Barbón; de San Fernándo, D. Segundo Pérez; provisional de Puerto Rico, D. José Escudero; de Attillería, D Luis Melgar; de . Cazadores de Puerto Rico, D. Ramón Arana; comisario de primera, D. Julio Cuevas; el subinspector de segunda, D. Pedro Martín, y el capitán de Ingenieros, D Juan Díaz.

No la firmaron los generales Ruiz, Rubín y Ordoñez, coronel de Ingenieros Sr. Garcia y coronel Aldea, ignórese por qué causa.

La entrada de los yankis en Santiago verificóse el día del Carmen.

Desfilaban por la ciudad con armas, los españoles sin ellas.

Los soldados yankis portáronse bien con los jefes españoles, pues saludaban á los oficiales.

Los yankis, disgustados con los insurrectos porque les habían robado una brigada de mulos, cuando izaron la bandera cubana en la población dijéronles que la única bandera que allí ondearía sería la americana.

Los yankis trataron con gran desprecio á los insurrectos mientras felicitaban á los españoles.

Antes de embarcar á unos heridos nuestros, fueron visitados por médicos yankis para estudiar los efectos de los proyectiles.

Los jefes y oficiales americanos han comprado á altos precios los números que al cuello llevaban los soldados del regimiento de la Constítución, para guardarlos como recuerdo de la heroica defensa que dichas fuerzas españolas hicieron en el Caney.

El teniente de navio Sr. Peña, jefe torpedista de Santiago, niega que el Merry Mae atravesara las líneas de torpedos impunemente.

El barco fué destruido por un torpedo.

El guardia marina señor Navia, marqués de Santa Cruz, que asistió al combate de Cervera, dice que se dió poca cuenta de lo que ocurrió.

Añade que el Oquendo, donde él iba, cuidaba de la defensa del Vizcaya.

También dice que cayó al agua después del incendio.

Los insurrectos llamaban á los tripulantes náufragos con engaño á medida que iban pasando uno á uno y los fusilaban y macheteaban.

El rehuyó y siguió nadando hasta que tomó tierra salvándose corriendo.

Viene sin un céntimo y vestido de soldado.

Transmitidas estas interesantes manifestaciones, dice el corresponsal por su cuenta:

De las primeras conferencias que acabo de celebrar, dedúcese que Santiago capituló teniendo viveres suflcientes para 12 000 hombres que estaban animados de un gran espiritu.

Muchos jefes no estan conformes con que capitulara Toral.

He recibido impresiones de cómo piensa Linares y poseo documentos interesantes que remito.

Mala fe siempre.

Entre las instrucciones que nuestro Gobierno dará á las personas que forman la comisión española que ha de ir á París á terminar la paz definitiva con los delegados americanos, figura, en primer término, la de reclamar la propiedad de los edificios públicos, incluso los cuarteles y las cárceles, maquinaria de los arsenales, etc., etc., de las Antillas, como dijimos hace algunos días con referencia á las declaraciones hechas por el Sr. Sagasta en este sentido.

Estas declaraciones, así como las que se refieren á retrasar la evacuación, han causado en el gabinete de Washington una sorpresa burlona, según dicen los corresponsales de la prensa inglesa en equella población, los cuales añaden que tales pretensiones serán barridas sin miramientos de ninguna clase, como igualmente los que tocan al futuro régimen de la gran Antilla y á la deuda cubana.

Uno de dichos corresponsales dice lo siguiente:

«El Gobierno americano insiste en que los asuntos de que trata el protocolo quedaron resueltos sin mas discusión. Si España no sabe todavía cuál es la nación que ha sido vencida, los comisionados americanos se encargarán de decírmelo en seguida.»

Con esto basta para comprender que las conferencias de París no reportarán á España ningún beneficio, y casi sería mejor no celebrarlas, porque nuestro Gobierno, cuando el Ejército español quedó victorioso en la gloriosa jornada de Santiago de Cuba, parece que se opuso á que la guerra continuase, en sus deseos de hacer la paz con una nación que saborea un triunfo que no ha ganado, y ahora es indudable que se cruzaran de brazos los comisionados españoles en dichas conferencias y los yankis saciarán su avaricia logrando lo que se proponen.

Esto es, no atendiendo siquiera las razones que alege la comisión española, con objeto de no devolvernos nada de lo que nos arrebataron.

La correspondencia militar .Madrid, 25 Agosto de 1898

 

 

Guerra hispano-estadounidense. Testimonios y repatriados XXII

El vapor Alicante ha empleado en su viaje de Santiago de Cuba á la Coruña doce días y veintitrés horas, habiendo tenido en la navegación 60 repatriados muertos.

Unos 100 han llegado en muy grave estado. Los restantes, que son más de 1.000, han mejorado mucho durante la navegación.

El Alicante ha tenido buenos días de mar.

Coruña 2 4 , 4 ’30 m,

Trasmito nuevamente la lista de fallecidos á bordo del Alicante, purgada de algunos errores de copia que me ha sido posible subsanar y clasificar con arreglo á los empleos que disfrutaban estos beneméritos servidores de la patria.

Guerra hispano-estadounidense. Testimonios y repatriados XXII

He aquí la lista:

Comandante de caballería D. Gaspar Pérez.

Tenientes de infantería D. Filiberto Quijada, D. Felipe Cotón y D, Román Díez.

Soldados Lorenzo Pevale, Manuel Granja, Jacinto Suidagorta, José Pla, Angel Carmona, Juan Pujol, José Díaz, Cándido García, Rufino Jiménez, Daniel Garcés, Francisco García, Baldomero López, Ramón González, Victoriano Miguel, Vicente Arguiraona, José de Pedro, Bonifacio Roiríguez, Crisanto Fernández, Antonio Menéndez, Antonio Izquierdo, Ricardo Lucayo, Antonio Ibarra, Faustino Pelaez, Magín Lloret, José Bruto, Juan Blanch, Cecilio Castillo, josé González, Martín Clavero, Alberto Lequeira, Pedro Carbonell, Félix Zualcedo, Francisco Gutiérrez, Manuel Estell, José Cebrián, Paulino Pardos, Eloy Luna, Salustiano Martínez, Lorenzo Carrasco, Andrés Parra, Manuel Gallarta, Manuel García, Gil Arribas, Pedro Fernández, Benito Ponce, Manuel Seija, Rafael Marino, Evaristo Fernández, Domingo Font, Santiago López, Manuel Cherlin, Faustino Sardina, Antonio Carles, José Fábregas y Julián Pérez.

El buque cumplirá cinco días cuarentena.

En Santiago de Cuba sólo había ultimamente dos casos aislados de fiebre amarilla.

Dafonte

Coruña 24, 4’30.

Créese que la mayoría del pasaje irá al lazareto, por no estar terminada la instalación sanitaria en el Patriota y no tener instrucciones el comandante hasta que llegue á Ferrol la escuadra de Cámara.

Esta se halla ya á la vista del puerto.

En el Alicante hay tres muertos que seran enterrados en el lazareto.

El acta de la capitulación fué firmada por los generales Toral y Escario; el coronel de la guardia civil señor Oliveros; los tenientes coroneles de Asia y Constitución Sres. Punet y Rodríguez, el de estado mayor, señor Fuente Alcántara, del batallón de San Femando D. Segundo Pérez, de artillería D. Luis Melgal; el comisario de primera D. Julio Cuevas, y el capitán de ingenieros D. Juan Díaz. No firmaron la capitulación los generales Ruiz, Rubí y Ordóñez, el coronel de ingenieros Sr. Caula y el coronel de artillería Sr. Aldea.

El ejército yankee ha estado deferente con las tropas capituladas.

Los oficiales españoles eran siempre saludados militarmente por los soldados yankees.

Dafonte.

Telegramas de Fabra.

Coruña 24, 5 t.

(Urgente.)

En el lazareto todo está dispuesto para recibir á 800 repatriados. Ya están en él el general Ruiz y varios oficiales.

Ha empezado la paga de sueldos atrasados.

Han fallecido seis soldados más y algunos otros están gravísimos.

En vista del buen estado del Alicante sólo será sometido á tres días de observación.

Coruña 24 , 5,15 t.

(Urgente.)

En el Alicante viene el teniente de navio Sr. Pina, jefe de los torpedistas de Santiago, quien niega que el Merrimae atravesase la linea de torpedos impunemente. En la primera fué destruído.

Viene también el guardia marina Navia, que formaba parte de la escuadra de Cervera. No puede precisar nada á causa del aturdimiento del combate.

Viene también el guardia marina Belinijo, que se salvó á nado, y asegura que los mambises fusilaban y macheteaban á los naufragos conforme llegaban á tierra. Este guardia marina, que pertenece á una familia aristocrática, llega sin un céntimo y vistiendo traje de soldado.

(Urgente.)

Para completar mi información, he hablado con otro de los jefes, quien fijándose en el combate del Caney, dice que dos brigadas americanas con caballeria y artillería rompieron nutrido fuego contra el poblado defendido por tres compañías del regimiento de la Constitución y las guerrillas, formando un total de 453 hombres y sin artillería.

A pesar de eso, la defensa fué heroica.

Al mediodía, el general Vara de Rey fué herido en ambas piernas por otros tantos balazos. Llevado á su alojamiento, fué curado de primera intención, durando el fuego hasta las cuatro de la tarde, en que se ordenó la retirada de los pocos que habían quedado.

Vara de Rey, en una camilla, y otros 40 heridos formaron un convoy, que era conducido á Santiago, y durante el trayecto fueron literalmente fusilados por los yankees. Dentro de la camilla recibió el heroico general otros tres balazos, uno de ellos en un ojo, que le privaron de la vida.

Su cadáver fué abandonado en el camino, donde los americanos lo recogieron tres días después, sepultándole con los honores debidos á su rango.

E1 resto de las fuerzas al mando del coronel Punet se retiró por el camino del Cristo. Romero, comandante militar de Caney, al retirarse con sus escasas fuerzas, fue herido de bala de Mausser, que le atravesó el omóplato. Los yankees le rocogieron y le llevaron al hospital de Caney, le cuidaron y el día 5 lo entregaron en Santiago con otros heridos por no poderles asistir.

En Cambales y Caney murieron los comandantes D. Ródrigo Agüero y D. Rafael Aragón, el capitán Vara de Rey y los tenientes Domínguez, Vara, D. Pedro Fuertes, D. Manuel Morales, D. Antonio Rubio, D. Segundo Llanos y D. José Malquines.

El jefe del fuerte de Albisa sufrió un cañoneo horroroso, siendo heridos los capitanes D. Isidro Arias y D. Baldomero Vigo, y los tenientes D. Inocencio Rego, D. Antonio Martínez, D. Domingo Murillo, don Manuel Estévez y D. Lorenzo Salmas y el médico D. Ángel Rodrignez.

Hácense grandes elegios del comportamiento del telegrafista Manzano, jefe de la estación de Caney, que se defendió valerosamente en la estación, á pesar de estar desarmado y bajo un nutrido fuego, recogió sus aparatos y se retiró al lado del general Vara, donde recibió un balazo en el muslo, siendo recogido por los yankees.

La correspondencia de España. Madrid, jueves 25 agosto de 1898

Guerra hispano-estadounidense. Recortes de prensa XXII

El globo de los americanos

Leemos en un periódico;

El globo que llevaron los yankis á Santiago para observar las posiciones de las tropas españolas estuvo elevado unas cuatro horas y costó á los yankees mil bajas, ó sean 300 muertos y 700 heridos.

Los norteamericanos cometieron la imprudencia de llevar el globo en medio de sus propias fuerzas y de hacerlo avanzar con ellas.

El aeróstato y su cuerda sirvieron perfectamente para señalar el sitio donde estaban los yankees, á los cuales había ocultado hasta entonces la maleza de la manigua.

Los españoles enderezaron el fuego de sus Mauser hacia aquel sitio, y en las cuatro horas causaron el número tremendo de bajas que hemos señalado, según confesion de los oficiales norteamericanos.

Durante todo aquel tiempo los yanhees no cayeron en la cuenta de que el globo era el que atraía sobre ellos aquel diluvio incesante de balas.»

Algo exagerada nos parece esta historia.

La época. 25 de agosto de 1898.

Guerra hispano-estadounidense. Testimonios y repatriados XXI

Los repatriados

De un momento á otro llegará al puerto de la Coruña el vapor Alicante, conduciendo el primer convoy de soldados repatriados de Santiago de Cuba.

Para algunos infelices, será día de júbilo aquel en que vuelvan á pisar el suelo de la Patria; para otros, acaso día de prueba, porque hallarán en las brisas natales el beso de la madre que perdieron durante la ausencia y cuyos ojos no pudieron cerrar en su lecho de muerte.

Coruña se apresta á recibirlos y á otorgarles un recibimiento digno, con un esmero cumplido para su cuidado.

Para alojamiento de los soldados repatriados, se cuenta con el lazareto de Oza, el Hospital Militar y los cuarteles de Alfonso XII y Santo Domingo.

Se cuenta, además, con locales establecidos en el Parque de San Amaro y con el Sanatorio de la Cruz Roja.

El lazareto de Oza se halla en excelente estado.

Tiene departamentos limpios y habilitados convenientemente, y todo lo necesario para el servicio de los repatriados; pero dado el crecido contingente que se espera, será necesario realizar las obras de ampliación solicitadas.

Hoy se espera que llegue á Coruña el «Alicante» conduciendo la primera expedición de repatriados,

y en lo que resta de semana llegará alguna más á Santander.

En ambos puertos de desembarco se han adoptado precauciones, tanto para evitar el desarrollo de epidemias, como para que se efectúe el desembarco con el mayor orden.

La Unión Católica. 24 de agosto de 1898.