Cuando, terminada la guerra, los ripolleses se afanaron en reconstruir y restaurar su población, acudieron sin escrúpulo a los edificios monasteriales, y cual si fueran cantera común, con sus materiales procuraron edificar sus casas.
Si el monasterio quedó desolado, escribe el ripollés Padre Portusach, por el incendio, mucho más se deterioró por los destrozos y robos que consecutivamente ejecutaban los naturales de la villa. Entre otros un picaro que servía en clase de hospitalero, (cuyo hospital estaba) situado en los aposentos menos ruinosos del monasterio, se ocupaba de noche en aserrar los extremos de las vigas ó viguetas de los claustros para hacer que se cayesen poco á poco, y aprovecharse de ellas.