Guerra hispano-estatunidenca. Testimonis i repatriats XXIII

Defensa y capitulación de Santiago

El corresponsal del Heraldo en la Coruña ha telegrafiado á este colega las siguientes manifestaciones que sobre la capitulación de Santiago le ha hecho el brigadier Ruiz Rañey y otros señores regresados de aquella plaza en el vapor hospital Alicante con la primera expidición de repatriados:

« —Yo salí de Manzanillo—dice el general Ruiz—al frente de una columna compuesta de cinco batallones escogidos de aquella guarnición, de cuyo inmediato mando estaba encargado el valeroso coronel Escario.

En nuestra marcha tuvimos varios encuentros con los insurrectos, consiguiendo abrirnos paso en dirección á Santiago, donde penetramos el 3 de Julio, día que salió de la bahía la escuadra que mandaba el almirante Cervera.

Antes de entrar en Santiago de Cuba libramos rudo combate con los insurrectos que se hallaban en los alrededoress de aquella población con el proposito de impedir nuestro avance.

Tuvimos sensibles bajas: treinta muertos y sesenta y siete heridos.

Al tomar una de las posiciones que el enemigo defendió con más empeño, llamada «Piedra Oro», fui herido por un proyectil en la pierna izquierda que me extrajeron afortunadamente.

También fué gravemente herido en este combate el valiente capitán Sr. Ramiro.

Ganada dicha posición, mi columna fué aumentada con las fuerzas que guarnecían las trincheras.

Los yankis dominaban parte de la ciudad de Santiago. Dos días después, habíannos cercado completamente.

Hacían trincheras de día y de noche, utilizando para ello alguna maquinaria. Recibían constantemente refuerzos

Los días 10 y 11 rompióse un nutrido fuego de cañón, estando ellos de estas armas en proporción de 10 por 1 con relación á nosotros.

Hacíanse blancos admirables por ambas partes, consiguiendo desmontarnos bastantes piezas, disparándonos siempre desde sus trincheras.

Las ametralladoras hacíannos un fuego horroroso, que duró hasta las seis de la tarde del día 11.

Los buques yankis mientras tanto cañoneaban por elevación la plaza y el puerto para destruir el cañonero Alvarado.

Nuesttos soldados aguardaban impacientes una salida de los yankis de sus trincheras para romper el fuego, pues convenía aprovechar las municiones.

En este punto las cosas, los yankis pidieron parlamento para intimarnos la rendición de la plaza. Como yo me encontraba herido, ingresé en el hospital, y de lo sucedido después desconozco por completo los detalles.

La conducta de los yankis para con las tropas españolas ha sido correcta.

Nos facilitaron coches ambulancias para transportar los enfermos hasta el punto de embarque.»

—El general Ruiz—dice el corresponsal—me ha presentado á la hermana de la Caridad sor María, aragonesa de origen, que en medio da un fuego vivísimo contra Santiago presentóse al general diciendo:

—Si hace falta algún individuo para defender las trincheras ó disparar los cañones, denme un fusil ó un puesto de honor en las baterías.

El comandante militar del Caney, Sr. Romero, testigo del célebre combate, dice que al amanecer rompieron el fuego dos brigadas americanas con artillería, y que defendió el poblado con tres compañías del regimiento de la Constitucion y fuerza de las guerrillas: en total 433 hombres.

Nuestra defensa—dice—fué heroica, pues carecíamos de artillería.

Al medio día—añade—fué herido de dos balazos en ambas piernas el general Vara de Rey.

— ¡Ay! me han herido.

Los balazos al general Vara del Rey fueron simultáneos.

Llevámosle á su alojamiento, curosóle de primera intención y el fuego continuó hasta las cuatro de la tarde. Entonces ordenóse una retirada de los escasos supervivientes.

El general Vara fué colocado en una camilla, y con él y 40 heridos más formóse un convoy en dirección á Santiago, convoy que puede decirse que fué materialmente fusilado por los yankis.

Como prueba de este aserto, dice el Sr. Romero, basta saber á usted que el general Vara, Herido dentro de la camilla, recibió tres balazos más: uno de ellos en un ojo, y murió en el camino.

Su cadáver hubo de ser abandonado.

Recogiéronle los yankis tres días después, haciéndole los honores que su heroísmo en justicia merecía.

El coronel Punet, con el resto de las fuerzas de la Constitución, pudo retirarse al camino del Cristo.

Al pretender retirarme yo al Caney, por falta de fuerzas, fuí herido de un balazo de Mauser que me atravesó el omoplato.

Recogiéronme é hiciéronme prisionero los yankis.

Déboles un buen trato.

Condujéronme á Santiago con los restantes heridos, por no poder asistirnos.

En las acciones del Caney murieron los comandantes D. Rodrigo Agüero y D. Rafael Aragón; el capitán Vara; los tenientes Domínguez, Alfredo Vara, Pedro Fuentes, Manuel Morales, Antonio Rubio, Segundo Llanos y José Marquines, jefe del fuerte de Albisu, que sufrió un fuego de cañón horroroso.

Resultaron heridos los capitanes D. Isidro Arias, y D, Baldomero Vigo; les tenientes Inocencio Rejo, Antonio Martínez, Domingo Murillo, Manuel Estévez y Lorenzo Valinas y el médico D. Angel Rodríguez.

Merece especial mención por su comportamiento en estos hechos de armas el médico telegrafista señor Manzano, jefe de la estación del Caney, que defendió valientemente y que se retiró con Vara, desarmando antes la estación bajo fuego enemiugo, y recogiendo los útiles que en ella había, hasta caer herido de bala en un muslo.

Entonces cayó en poder de los yankis.

Merece especial atención del Gobierno, pues regresa a España sin empleo.

He aquí ahora la impresión de un jefe que asistió á los que pueden tenerse como precedentes de la capitulación.

El general Linares—dice—encontrábase con escasa fuerza para batir á los yankis desembarcados.

Herido en la trinchera de San Juan, regresó á Santiago el 1º de Julio.

Continuaron las fuerzas españolas en las trincheras, pero desprovistas de elementos.

Había batallones que debían haber cubierto ciertos puestos.

Combates verdaderamente gloriosísimos, se han librado dos ó tres.

El teniente coronel Herrera, con ocho piezas de Artillería, contuvo el avance de los americanos, causándoles muchas bajas. El enemigo pidió parlamento. Herrera conferenció con el jefe yanki, Mr. Oell, y recogió pliegos para la plaza.

Esto ocurrió á cinco kilómetros de Santiago.

Herrera hizo saber á los americanos que rompería el fuego de nuevo si continuaba la concentracción de fortificaciones.

El día 8 creíase en Santiago que entrarían los yankis. Hasta el día 10 estuvieron háciendo trincheras impunemente frente á Santiago, emplazando 60 cañones. Nuestras trincheras y los Cañones en ellas puestos permanecieron mudos.

Este día fué el en que cayó herido Herrera.

Posteriormente empezaron las negociaciones de la capitulación.

Suscriben el acta, que remito por correo, los generales Toral y Escario y el coronel de la Guardia civil Sr. Oliveros; les tenientes coroneles: de Asia, Sr. Conlonia; de la Constitución, Sr. Prunet; de Talavera, Sr. Rodríguez; de Estado Mayor, Sr. Fontán; de Alcántara, D. Baldomero Barbón; de San Fernándo, D. Segundo Pérez; provisional de Puerto Rico, D. José Escudero; de Attillería, D Luis Melgar; de . Cazadores de Puerto Rico, D. Ramón Arana; comisario de primera, D. Julio Cuevas; el subinspector de segunda, D. Pedro Martín, y el capitán de Ingenieros, D Juan Díaz.

No la firmaron los generales Ruiz, Rubín y Ordoñez, coronel de Ingenieros Sr. Garcia y coronel Aldea, ignórese por qué causa.

La entrada de los yankis en Santiago verificóse el día del Carmen.

Desfilaban por la ciudad con armas, los españoles sin ellas.

Los soldados yankis portáronse bien con los jefes españoles, pues saludaban á los oficiales.

Los yankis, disgustados con los insurrectos porque les habían robado una brigada de mulos, cuando izaron la bandera cubana en la población dijéronles que la única bandera que allí ondearía sería la americana.

Los yankis trataron con gran desprecio á los insurrectos mientras felicitaban á los españoles.

Antes de embarcar á unos heridos nuestros, fueron visitados por médicos yankis para estudiar los efectos de los proyectiles.

Los jefes y oficiales americanos han comprado á altos precios los números que al cuello llevaban los soldados del regimiento de la Constítución, para guardarlos como recuerdo de la heroica defensa que dichas fuerzas españolas hicieron en el Caney.

El teniente de navio Sr. Peña, jefe torpedista de Santiago, niega que el Merry Mae atravesara las líneas de torpedos impunemente.

El barco fué destruido por un torpedo.

El guardia marina señor Navia, marqués de Santa Cruz, que asistió al combate de Cervera, dice que se dió poca cuenta de lo que ocurrió.

Añade que el Oquendo, donde él iba, cuidaba de la defensa del Vizcaya.

También dice que cayó al agua después del incendio.

Los insurrectos llamaban á los tripulantes náufragos con engaño á medida que iban pasando uno á uno y los fusilaban y macheteaban.

El rehuyó y siguió nadando hasta que tomó tierra salvándose corriendo.

Viene sin un céntimo y vestido de soldado.

Transmitidas estas interesantes manifestaciones, dice el corresponsal por su cuenta:

De las primeras conferencias que acabo de celebrar, dedúcese que Santiago capituló teniendo viveres suflcientes para 12 000 hombres que estaban animados de un gran espiritu.

Muchos jefes no estan conformes con que capitulara Toral.

He recibido impresiones de cómo piensa Linares y poseo documentos interesantes que remito.

Mala fe siempre.

Entre las instrucciones que nuestro Gobierno dará á las personas que forman la comisión española que ha de ir á París á terminar la paz definitiva con los delegados americanos, figura, en primer término, la de reclamar la propiedad de los edificios públicos, incluso los cuarteles y las cárceles, maquinaria de los arsenales, etc., etc., de las Antillas, como dijimos hace algunos días con referencia á las declaraciones hechas por el Sr. Sagasta en este sentido.

Estas declaraciones, así como las que se refieren á retrasar la evacuación, han causado en el gabinete de Washington una sorpresa burlona, según dicen los corresponsales de la prensa inglesa en equella población, los cuales añaden que tales pretensiones serán barridas sin miramientos de ninguna clase, como igualmente los que tocan al futuro régimen de la gran Antilla y á la deuda cubana.

Uno de dichos corresponsales dice lo siguiente:

«El Gobierno americano insiste en que los asuntos de que trata el protocolo quedaron resueltos sin mas discusión. Si España no sabe todavía cuál es la nación que ha sido vencida, los comisionados americanos se encargarán de decírmelo en seguida.»

Con esto basta para comprender que las conferencias de París no reportarán á España ningún beneficio, y casi sería mejor no celebrarlas, porque nuestro Gobierno, cuando el Ejército español quedó victorioso en la gloriosa jornada de Santiago de Cuba, parece que se opuso á que la guerra continuase, en sus deseos de hacer la paz con una nación que saborea un triunfo que no ha ganado, y ahora es indudable que se cruzaran de brazos los comisionados españoles en dichas conferencias y los yankis saciarán su avaricia logrando lo que se proponen.

Esto es, no atendiendo siquiera las razones que alege la comisión española, con objeto de no devolvernos nada de lo que nos arrebataron.

La correspondencia militar .Madrid, 25 Agosto de 1898

 

 

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